Por Patricia Castelán. Siempre había soñado con encontrar a un caballero que fuera lo suficiente fuerte para sostenerme. A los 12 años llegué a Estados Unidos, ahí conocí a muchos hombres, hijos de familias nobles, pero ninguno había logrado robarme un suspiro. Mis hermanas Sofía y María Luisa me reclamaban por desairar a muchos jóvenes, pero los buenos mozos no despertaban mi interés, no me preocupaba porque sabía que si no encontraba al indicado mi padre lo conseguiría. Nadie me dijo que mi vida cambiaría a la edad de 17 años. En 1881 asistimos a un evento en la embajada de Estados Unidos, no veía nada que no conociera, altos funcionarios y personas de alta sociedad. Mi padre se acercó a saludar a un hombre moreno, con cabello que empezaba a pintarse de canas y un espeso bigote, era el expresidente y general Porfirio Díaz, un militar originario de Oaxaca, famoso en México por su destacada participación en la defensa de la Segunda Intervención Francesa en nuestro país y que estuvo i